Quien tema que su juventud haya iniciado el repliegue silencioso de su campamento —aunque las fotos no den todavía muestras de ello, pues todos envejecemos antes en las fotos que en los espejos—, que empiece por hacer recuento de sus manías.
Yo prefiero no enumerar manías, no vaya a ser que me dé por descubrir que soy mayor de lo que creo.
A mí me ponen mala las personas que no respetan el espacio vital. Esas que te hablan a dos centímetros de la cara o esas otras que se te pegan a la espalda en un semáforo.
Tampoco las personas que van con aparato de música en el patinete o en la bici y amenizan al resto de la humanidad con sus gustos musicales, o las personas que hablan en alto en un autobús... Ya paro... que me estoy poniendo muchos años encima.
¿Sabes lo que creo? Que si todos coincidimos en lo mismo, lo que estamos es saturados de que haya música en todas partes y lo que necesitamos es un poco de silencio… un abrazo fuerte
Soy profundamente antitabaco. Será por el regalo de la hiperreactividad bronquial que me dejaron hace muchos años en las oficinas aquellos que fumaban sin importar las consecuencias para los demás, ya que para ellos seguramente las tendrían más que asumidas - salvo una amiga, fumadora toda la vida hasta que se la llevó el cáncer de pulmón que la devoró -. Cuando supo lo de su enfermedad, siempre decía que cambiaría todos esos miles de cigarrillos fumados en conversaciones, tomándose copas por unos años más de vida para ver crecer a su nieto. Hay pecados que llevan consigo la penitencia, pero cuando esa incluye dolores insufribles sería como para pensárselo dos veces. Pero cierto es que a mí tampoco me gusta que me digan lo que tengo que hacer, como tampoco soporto el regueaton - o cualquier otro tipo de música pasada de decibelios - en un espacio al aire libre que se presupone de todos. No lo tengo tan claro cuando me siento en una terraza cuando hace buen tiempo y tengo que cambiarme tres veces porque estoy rodeado de fumadores. La escritura o lectura devienen imposibles y tengo que conformarme con entrar al café, o marcharme. Porque el humo, créeme, se cuela por todas partes. Y esa libertad del que fuma en una terraza cercena la mía de poder sentarme en ella.
Tema complejo de difícil solución. A veces los equilibrios son complicados, especialmente cuando falta la buena educación y el respeto por cada uno.
En todo caso, sí que me gustaría decirte algo que quiero que sigas haciendo: escribe por favor. Es siempre un placer leerte.
Cuánto lo siento, Gilbert. Lo de tu amiga y lo duro que me resulta imaginar llegar a ese punto en el que uno daría todo lo vivido por unos años más de vida. Todo esto, ¿a costa de qué? Pesa la pregunta. Fíjate si el tema es complejo que yo no he fumado un solo cigarro en mi vida (ni pienso hacerlo). Y aunque me aferro a la idea de que uno debe poder equivocarse con libertad, confieso que cada vez me cuesta más sostenerla con puntos de vista tan acertados como el que me compartes.
Sin duda, de todos los comentarios que me han dejado sobre este texto, el tuyo ha sido el que más ilusión me ha hecho. Y te estoy haciendo caso: estoy escribiendo todos los días. Bueno, casi todos los días. A ver si con un poco suerte o de empeño acaban saliendo más cosas y deja de costarme tanto. Un abrazo muy fuerte, querido Gilbert.
Ahora que lo pienso, perfectamente cabría en esta lista la soberana injusticia (y tontería con balcones a la calle) que fue que te obligaran a cambiar el champagne por las burbujas. Qué rabia me dio, y me sigue dando. Un abrazo, capitana.
Yo soy bastante fan del orden y las normas.. aunque también de pecar, para que nos vamos a engañar.. pero precisamente gracias a esas normas descubrí hace poco playas en las que están prohibidos los altavoces! Aleluya! Seguro que ahí estamos de acuerdo :)
Jajaja Odio las normas y esa incluida aunque debería poder beneficiarme de ella... 😈 Siempre acude a mi el pensamiento de que al que pone la música en la playa, no le molesta mi presencia. Ni mi silencio. En cambio, la suya sí me molesta a mí. Así que, en cierto modo, el problema es más mío que suyo. Y por eso, cuando eso pasa, no me cuesta replegar velas y cambiar de orilla. Ni algo así ha de amargarle a uno el día, ni merece la pena arruinárselo al prójimo, que estará seguramente feliz.
La música en el autobús debería ser criminalizada... ea, ya lo he dicho. No obstante, las raras veces que veo jóvenes beodos por la calle, se me antoja que igual la esperanza no ha muerto todavía.
Me ha encantado. Me suscribo y te dejo un microrrelato que me recordaste, el cual se supone que va a publicar en una antología la municipalidad de Trujillo (digo: «se supone» porque llevan así desde noviembre):
«Antes de que la humanidad existiera, antes de los dinosaurios, existían unos seres inteligentes que podemos llamar "softies". Los softies eran seres suavecitos y blanditos que vivían y se desplazaban sin necesidad de endoesqueleto ni exoesqueleto, por eso no se han encontrado restos de ellos. Avanzaban fluyendo y se juntaban entre sí como uno solo. No existían las envidias ni los celos, las mentiras ni la avaricia. Vivían tranquilos hasta que uno le dijo a otro lo que tenía que hacer».
Has puesto palabras a una incomodidad que muchos sentimos pero no siempre sabemos nombrar: ese ahogo cotidiano que viene no del caos, sino de su domesticación excesiva. Me quedo especialmente con esa idea de que “la normativa se cuela con sus tentáculos por el territorio de lo cotidiano, sin pedir permiso”. Porque es justo ahí donde más se nota: cuando ya no se puede fumar con copa ni tender sin culpa, cuando hasta el placer sencillo debe justificarse.
Y sí, puede que todo esto busque un bien mayor… pero ¿a qué coste? Qué triste y qué humano eso de añorar la espontaneidad como una forma de dignidad. Gracias por recordarnos que la imperfección no solo es inevitable, sino también un refugio. A veces el alma respira más hondo en un pequeño desorden que en toda una vida bajo normativa.
A veces, tengo la sensación de que estamos en un colegio de monjas. Ese mandato constante de corrección del que hablas nos ha ido quitando, poco a poco, justo eso que nombras tan bien: la dignidad. Un abrazo y gracias por pasarte a leer.
Uf, qué complicado intentar mantener constantemente ese equilibrio entre no molestar al prójimo pero serle fiel al pecado. Buenísimo como siempre, Mala ❤️
Coincido con tus dos manías. Nos han quitado la espontaneidad y hoy sentir mucho también está mal, debes pasar desapercibido y no alzar mucho la voz en todos los sentidos y está muy mal. Yo tengo 32 años y siento lástima por las generaciones que vienen detrás que no conocen muchas cosas y no se han leído nunca ni un libro
Qué difícil, a veces, no prenderle fuego a todo…;) 💓
🤣🤣🤣
Demasiado difícil… abrazo fuerte, selvática 🩷
Qué bueno, Mala. Me ha encantado.
Yo prefiero no enumerar manías, no vaya a ser que me dé por descubrir que soy mayor de lo que creo.
A mí me ponen mala las personas que no respetan el espacio vital. Esas que te hablan a dos centímetros de la cara o esas otras que se te pegan a la espalda en un semáforo.
Tampoco las personas que van con aparato de música en el patinete o en la bici y amenizan al resto de la humanidad con sus gustos musicales, o las personas que hablan en alto en un autobús... Ya paro... que me estoy poniendo muchos años encima.
¿Sabes lo que creo? Que si todos coincidimos en lo mismo, lo que estamos es saturados de que haya música en todas partes y lo que necesitamos es un poco de silencio… un abrazo fuerte
Soy profundamente antitabaco. Será por el regalo de la hiperreactividad bronquial que me dejaron hace muchos años en las oficinas aquellos que fumaban sin importar las consecuencias para los demás, ya que para ellos seguramente las tendrían más que asumidas - salvo una amiga, fumadora toda la vida hasta que se la llevó el cáncer de pulmón que la devoró -. Cuando supo lo de su enfermedad, siempre decía que cambiaría todos esos miles de cigarrillos fumados en conversaciones, tomándose copas por unos años más de vida para ver crecer a su nieto. Hay pecados que llevan consigo la penitencia, pero cuando esa incluye dolores insufribles sería como para pensárselo dos veces. Pero cierto es que a mí tampoco me gusta que me digan lo que tengo que hacer, como tampoco soporto el regueaton - o cualquier otro tipo de música pasada de decibelios - en un espacio al aire libre que se presupone de todos. No lo tengo tan claro cuando me siento en una terraza cuando hace buen tiempo y tengo que cambiarme tres veces porque estoy rodeado de fumadores. La escritura o lectura devienen imposibles y tengo que conformarme con entrar al café, o marcharme. Porque el humo, créeme, se cuela por todas partes. Y esa libertad del que fuma en una terraza cercena la mía de poder sentarme en ella.
Tema complejo de difícil solución. A veces los equilibrios son complicados, especialmente cuando falta la buena educación y el respeto por cada uno.
En todo caso, sí que me gustaría decirte algo que quiero que sigas haciendo: escribe por favor. Es siempre un placer leerte.
Cuánto lo siento, Gilbert. Lo de tu amiga y lo duro que me resulta imaginar llegar a ese punto en el que uno daría todo lo vivido por unos años más de vida. Todo esto, ¿a costa de qué? Pesa la pregunta. Fíjate si el tema es complejo que yo no he fumado un solo cigarro en mi vida (ni pienso hacerlo). Y aunque me aferro a la idea de que uno debe poder equivocarse con libertad, confieso que cada vez me cuesta más sostenerla con puntos de vista tan acertados como el que me compartes.
Sin duda, de todos los comentarios que me han dejado sobre este texto, el tuyo ha sido el que más ilusión me ha hecho. Y te estoy haciendo caso: estoy escribiendo todos los días. Bueno, casi todos los días. A ver si con un poco suerte o de empeño acaban saliendo más cosas y deja de costarme tanto. Un abrazo muy fuerte, querido Gilbert.
Me alegra leer que escribes. « Don’t stop, believe it » ;)
Huyamos. Lejos. Allá donde estos malnacidos no logren jamás encontrarnos, hagamos el ruido que hagamos.
Eso, huyamos. ❤️
“La mala de la película y, parafraseando a Rousseau, “la bonne sauvage” jajaja
Yo tengo algunas manías más pero las tuyas también.
A mí me encanta navegar a contracorriente y, viendo el panorama que nos rodea, cada vez lo hago con más ganas.
Un abrazo.
Ahora que lo pienso, perfectamente cabría en esta lista la soberana injusticia (y tontería con balcones a la calle) que fue que te obligaran a cambiar el champagne por las burbujas. Qué rabia me dio, y me sigue dando. Un abrazo, capitana.
¡Totalmente! Tampoco había caído porque prefiero olvidar (y bebérmelo) pero sí, encaja perfectamente en esa lista.
Otro de vuelta.
Yo soy bastante fan del orden y las normas.. aunque también de pecar, para que nos vamos a engañar.. pero precisamente gracias a esas normas descubrí hace poco playas en las que están prohibidos los altavoces! Aleluya! Seguro que ahí estamos de acuerdo :)
Jajaja Odio las normas y esa incluida aunque debería poder beneficiarme de ella... 😈 Siempre acude a mi el pensamiento de que al que pone la música en la playa, no le molesta mi presencia. Ni mi silencio. En cambio, la suya sí me molesta a mí. Así que, en cierto modo, el problema es más mío que suyo. Y por eso, cuando eso pasa, no me cuesta replegar velas y cambiar de orilla. Ni algo así ha de amargarle a uno el día, ni merece la pena arruinárselo al prójimo, que estará seguramente feliz.
La música en el autobús debería ser criminalizada... ea, ya lo he dicho. No obstante, las raras veces que veo jóvenes beodos por la calle, se me antoja que igual la esperanza no ha muerto todavía.
Ay, sí: todavía no hemos perdido la esperanza. Abrazo fuerte, querida. Deseosa de leer tu carta de este domingo. ☕️🩷
Me ha encantado. Me suscribo y te dejo un microrrelato que me recordaste, el cual se supone que va a publicar en una antología la municipalidad de Trujillo (digo: «se supone» porque llevan así desde noviembre):
«Antes de que la humanidad existiera, antes de los dinosaurios, existían unos seres inteligentes que podemos llamar "softies". Los softies eran seres suavecitos y blanditos que vivían y se desplazaban sin necesidad de endoesqueleto ni exoesqueleto, por eso no se han encontrado restos de ellos. Avanzaban fluyendo y se juntaban entre sí como uno solo. No existían las envidias ni los celos, las mentiras ni la avaricia. Vivían tranquilos hasta que uno le dijo a otro lo que tenía que hacer».
ME ENCANTA
Gracias 🥰
Has puesto palabras a una incomodidad que muchos sentimos pero no siempre sabemos nombrar: ese ahogo cotidiano que viene no del caos, sino de su domesticación excesiva. Me quedo especialmente con esa idea de que “la normativa se cuela con sus tentáculos por el territorio de lo cotidiano, sin pedir permiso”. Porque es justo ahí donde más se nota: cuando ya no se puede fumar con copa ni tender sin culpa, cuando hasta el placer sencillo debe justificarse.
Y sí, puede que todo esto busque un bien mayor… pero ¿a qué coste? Qué triste y qué humano eso de añorar la espontaneidad como una forma de dignidad. Gracias por recordarnos que la imperfección no solo es inevitable, sino también un refugio. A veces el alma respira más hondo en un pequeño desorden que en toda una vida bajo normativa.
A veces, tengo la sensación de que estamos en un colegio de monjas. Ese mandato constante de corrección del que hablas nos ha ido quitando, poco a poco, justo eso que nombras tan bien: la dignidad. Un abrazo y gracias por pasarte a leer.
Gran artículo, mejor foto.
Gracias, Patricio.
Uf, qué complicado intentar mantener constantemente ese equilibrio entre no molestar al prójimo pero serle fiel al pecado. Buenísimo como siempre, Mala ❤️
Yo defendería el clásico ‘yo no te digo lo que tienes que hacer, pero tampoco me lo digas tú’. Y todos contentos. O eso espero. Un abrazo fuerte
Coincido con tus dos manías. Nos han quitado la espontaneidad y hoy sentir mucho también está mal, debes pasar desapercibido y no alzar mucho la voz en todos los sentidos y está muy mal. Yo tengo 32 años y siento lástima por las generaciones que vienen detrás que no conocen muchas cosas y no se han leído nunca ni un libro
Amén, querida.
Amo❤️🫶👏🏼
🥹🫶
Maravilloso
Gracias por pasarte a leer 🩷