
En el compás inmutable de la escritura, la primera frase de un relato es la más importante. Y aunque resulte paradójico, no es forzosamente la primera que se escribe. Traspasar el umbral de esas primeras palabras que separan al escritor del temido folio en blanco requiere de talento o, en su defecto, de un amplio repertorio de recursos que sólo pueden adquirirse con la práctica de leer y escribir sin tregua. Llevo semanas anotando en un cuaderno el primer renglón de cada texto que cae en mis manos. Los franceses lo llaman phrase d’accroche, que podría traducirse al castellano como “frase gancho”. Durante mis años de bachillerato, nuestra profesora de filosofía hizo mucho hincapié en la importancia de que esa primera oración introdujese el objeto a tratar, sin hacer referencia directa al mismo. Dicha premisa me resultaba desconcertante. Me costó muchísimos años entender qué demonios nos estaba pidiendo. Aquella indecisión que empecé a sufrir a la hora de enfrentarme a una disertación (y que me ha perseguido toda la vida hasta para redactar un e-mail), lejos de disiparse, acabó degenerando en esa manía tan rara que tengo de leer la primera y la última frase de cualquier libro, como evaluándolo, para calibrar si me va a gustar antes de comprarlo. La primera, por el trauma. Y la última porque, si cuenta con un comienzo prometedor, el final ha de ser apoteósico. Aquí no valen medias tintas.
Si te digo que «era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados»1; que «todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz es infeliz a su manera»2; o que «hoy ha muerto mamá»3, por fuerza sabrás a lo que me refiero. Los finales son más difíciles de recordar. O quizá, solamente han sido menos citados. Se me ocurre que debe haber un pacto no escrito por el que nadie se atreve a contar cómo acaban los libros (y no sé yo si en esta carta osaré romperlo). Me han preguntado en infinidad de ocasiones cómo es posible que no pierda el interés al conocer prematuramente el desenlace de una historia. La respuesta es sencilla: no importa saber de antemano quién va a morir, o si será (o no será) un final feliz. Lo que importa es el cómo y, por supuesto, la forma en que se narran los hechos. Si tomamos el ejemplo de otros géneros, las biografías no suscitan el mismo pudor que la ficción por razones obvias. Lo normal es que ya seamos conocedores del éxito (o del fracaso) que han llevado a sus protagonistas a la inmortalidad. Lo que desconocemos y estamos ansiosos por descubrir es cuánto tardaron en encontrar su destino y las desventuras con las que tuvieron que lidiar. ¿Por qué no darle el mismo trato al resto de narrativas? Venga, sí me voy a atrever.
Cuando escuché hablar por primera vez a Sara Torres, se hizo el silencio. Hay personas que inundan con su presencia todo cuanto les rodea y cortan la respiración de las miradas aunque no hayan pronunciado palabra. Tiene que ver con la forma de moverse, de estar, de ir portando lo insondable en lo más profundo de su ser con un magnetismo tal que se hace imposible ignorarlo. No fue lo que dijo, sino cómo lo dijo lo que me llevó a ahogarme en el arranque de su primera novela sobre el deseo del cuerpo y el duelo por la muerte de una madre:
“Mientras mamá moría yo estaba haciendo el amor. La imagen me asombra y me perturba. Mi madre se iba y yo me agarraba a algo desbocado, que persevera cuando lo que más amamos, que nos es más familiar, comienza a suspenderse y ya nos abandona.
Ella sobre mí, los muslos húmedos apretados contra mis caderas y esta mano dentro empujando. Su cuerpo todo empujado mientras su pecho se apoya en mi boca que lo recibe. Gime en sordina, aunque la habitación más próxima esté vacía y nadie puede oírla. Desde el pasillo principal vimos la puerta abierta de la habitación contigua y la cama perfectamente hecha. Estamos casi solas, por azar parece que nadie se hospede aquí hoy, pero si dependiese de mí, habría cerrado toda la planta con tal de oírla gritar por una vez un grito entero. Observo el vientre suave, el pecho redondo y caprichoso, los ojos verdes. Mi mano es dura con Ella y es flexible: si la izquierda le sujeta los muslos, la derecha espera suave en los lindes para entrarle una vez más casi por sorpresa. Soy rápida fuera y soy rápida dentro, aunque por más ritmo y más vibración que ponga no consigo ese inicio de llanto animal que anuncie que ha llegado al límite entre lo que quiere y lo que puede aguantar.”Lo que hay, Sara Torres (2022)
Me obligo a parar la transcripción porque sus letras me encadenan y me cuesta apartar la vista de entre sus páginas, pero podría seguir hasta el límite de caracteres (si es que existe aquí ese confín). Hay otro pasaje que se me atraganta y me ha hecho cerrar el libro para volver a cogerlo diez minutos después y volver a cerrarlo. Me hace pensar en la enorme distancia que he puesto entre mi madre y yo y que deseo atajar antes de tener que llorarlo. Que el tiempo pasa demasiado rápido. Este libro es de los que se prestan a compartir el final:
“El baño es perfecto, mamá, justo a tu modo. Como tú lo quisiste. Las cosas no cambian tanto, algunas se quedarán para siempre.”
La razón por la que he estado leyendo tantísimo últimamente ha sido porque he decidido tomarme los viernes libres (en la medida que me ha sido posible) tras un conato de burnout. En los últimos ocho años he trabajado más de la cuenta y sin descanso, con el ordenador a cuestas allá donde fuese. Fines de semana y vacaciones incluidas. Entré en esa rueda de inagotable productividad, no por ambición, sino porque no me cansaba. El cuerpo me pedía ser más radical y tomarme un año sabático, pero ni me atrevo ni sé hasta qué punto puedo permitírmelo. Al principio lo único que me apetecía hacer era leer. Poco a poco voy haciendo más cosas y ya no me da tanta pereza salir o estar con otras personas, pero sigo salvaguardando todo el tiempo que puedo para mí misma. Tanta es la prioridad que estoy dando a mi descanso que a veces temo que mis clientes lo noten y prescindan de mis servicios (o por lo menos el que representa una parte importante de mi facturación y que es el único que me ata a Madrid). Me da tanto miedo que suceda que he empezado a fantasear con lo que haría si se materializasen mis temores.
Pongámos que ocurre mañana: tendría un mes para alquilar mi casa, hacer las maletas y poner rumbo al mar. No me importa si es en la costa brava, en algún pueblo de Alicante o en el sur, pero me apetece hacer vida de pueblo. Descarto de entrada las islas. El tiempo que me dejen los pequeños proyectos de comunicación que llevo, lo emplearé en acondicionar algún rincón de mi eventual hogar para volver a pintar. Pero sobre todo, me dedicaré a leer y escribir. Leer me da tanta paz que mis propias fantasías evolucionan y me veo a mí misma montando un café librería en Madrid. Dedico un rincón a la hostelería porque quiero que la gente se quede con su libro y todo se impregne con el aroma del café. Que me permitan conocerles, recomendarles libros en función de lo que me cuenten (porque yo en esta vida imaginaria leo todavía más que en la que estoy viviendo) e invitar a escritores y poetas como Sara Torres con motivo de la publicación de su próximo libro. El día que lo lleve a cabo, dejaré de ser anónima y todos estaréis invitados al café si os lleváis dos libros con vosotros. Puede sonar pretencioso por mi parte, pero si hablo con tanta convicción es porque sé por experiencia que para que los sueños se cumplan hay que ponerles nombre y apellido. Nunca dejes que nadie los infravalore: rehuye de todo aquel que te corte las alas.
Será necesario encontrar un nombre para mi librería para que poco a poco se vaya tornando más real. Nunca se me ha dado demasiado bien así que agradeceré un poco de ayuda por parte de mis lectores. Por acotar el encargo, me gustaría que tuviera nombre de mujer para compensar la presencia de la librería Antonio Machado (porque estará al lado) o que remita a la gauche divine barcelonesa que se me antoja de las cosas más divertidas que me he perdido por nacer en los noventa. Menos mal que soñar despierto sigue siendo de las pocas cosas gratificantes que no cuestan dinero.
La primera frase de El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez que, si te atreves a seguir leyendo, termina así: “El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites. ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? le preguntó. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches: Toda la vida — dijo.”
Anna Karenina de Tolstoi, no es una sino un compendio completo de lecciones de vida a las que cualquiera encontrará un sentido propio: “Pero a partir de hoy mi vida, toda mi vida, independientemente de lo que pueda pasar, no será ya irrazonable, no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y cada uno de sus momentos poseerá el sentido indudable del bien, que yo soy dueño de infundir en ella.”
Mi libro favorito en el mundo mundial. O lo amas o lo odias, no hay término medio: El extranjero de Albert Camus. Y este sí tiene un final memorable: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que, el día de mi ejecución, haya muchos espectadores que me reciban con gritos de odio.”
Cuando tuve mi primera crisis por exceso de trabajo leí “Niadela” de Beatriz Montañez. Un libro muy bonito. Beatriz narra la historia de su primer año viviendo en la montaña, después de dejarlo todo e instalarse en una casa abandonada que ella misma irá acondicionando poco a poco. Sin ánimo alguno de imitarla, creo que como tú ni me atrevería aún a dar ese tipo de pasos al frente, ni tampoco creo que pueda permitírmelo.
De hecho, el libro no se centra ni en los "cómos" ni en los "por qués", si no que más bien es un diario de observación del nuevo entorno: la naturaleza que la rodea, los animales, los sonidos, los silencios… A mi ayudó a tomar una bocanada de aire fresco con ella, así que te lo recomiendo :)
La frase de inicio: «Ayer soñé que regresaba a Niadela». Y el final: «Y solo entonces, cuando se ha vuelto al origen, se puede empezar de nuevo».
Por cierto, no conocía a Sara Torres, pero se ve una autora potente. Me la apunto para próximas lecturas :)
En cambio , las autobiografías me parecen muy interesantes. Me estoy leyendo la del más grande de los actores: Marlon Brando. Te la recomiendo…Las mujeres, generalmente, o sois de Paul Newman o de Brando.