En una de las últimas cartas de Milena Busquets que entró en mi bandeja de entrada, alguien escribió en los comentarios que las mujeres inteligentes nunca llevan tacones. Durante varios días, he tenido esa sentencia rondando en mi cabeza. Cojo el metro y me sorprendo a mí misma escrutando los pies de las desconocidas que viajan conmigo en el vagón. Prácticamente nadie calza un tacón, casi todas usan zapatillas. El trayecto es largo. Tengo tiempo de estudiar a todo el mundo de arriba abajo en busca de otros atributos que puedan ser considerados signo de inteligencia. Llevar gafas podría ser uno, pero lo descarto enseguida. Me digo a mí misma que es un absurdo pensar que la inteligencia se pueda reflejar en la vestimenta como si fuese un disfraz. Pero lo busco en Google, por si acaso. Antes de que pueda terminar de formular la frase, el buscador me ofrece una ristra de sugerencias todavía más limitantes si cabe. Al parecer, la inteligencia no sólo está reñida con la moda, sino también con el amor, el matrimonio y la maternidad. Menudo combo.
No deja de ser sumamente primitivo eso de medir al que tienes delante por cómo va vestido, por el coche que conduce o por detalles más sutiles que han elegido con alevosía y premeditación (o sin ella). Es inherente al ser humano desde tiempos inmemoriales y, admitámoslo, de una forma u otra todos lo hemos hecho alguna vez. A decir verdad, puede ser especialmente útil en un contexto profesional cuando necesitas determinar en una fracción de segundo cómo es la persona con la que has de colaborar. Reconozco que no me importa tanto en esas situaciones el grado de inteligencia de mi interlocutor: prefiero que sea compasivo y tenga buena disposición (y paciencia) para trabajar codo con codo. Ahora bien, si por el contrario tuviésemos que salir a cenar, sí agradecería que hiciese gala de una mente maravillosa.
Al comentario de aquella internauta, me abstuve de contestar. Quizá por alusiones demasiado directas pues yo siempre he llevado tacón: botas y botines en invierno, stilettos si la ocasión realmente lo merece y cuñas o sandalias las noches de verano. En términos generales, atesoro tacones de varias alturas y formas, pero con una clarísima predilección por las grandes alturas. Como decía, no he querido entrar al trapo pero sí me permitiré el gesto de dedicarle uno de mis poemas favoritos que rescato de la antología poética de Kavafis. Todo para decirle, que no comprendiste:
“Leíste, pero no comprendiste, pues si hubieras comprendido, no habrías condenado.”
Me alegro de haber decidido resguardarme tras un seudónimo para escribir, por lo pronto, libre de prejuicios ajenos. Con la impunidad de que nadie sepa quién soy, de donde vengo o qué calzado gasto.
Mañana no, que lo he pospuesto 1 semana. Yo no llevo tacones porque invariablemente me tuerzo los tobillos. Los llevo en ocasiones especiales. Pero de ahí a decir que las mujeres listas no llevan tacones es un salto cuántico del que no me salen las matemáticas. Hay estadísticas, estudios publicados que correlacionen el CI con llevar zapato plano? Quiero citas por favor! Porque si uno va a decir semejante gilipoyez tiene que respaldarlo con datos contrastados. Las mujeres inteligentes se tiñen el pelo o no? Las mujeres inteligentes toman anticonceptivos o no? Y tienen gatos o perros? O tortugas? O canarios que son más low- maintenance… me da que las mujeres inteligentes tienen que cumplir tantos criterios que ya puestos hago lo que me dé la real gana y llámenme tonta. O mejor, no me llamen. Mala, hasta el chirri estoy de que nos digan a qué casilla pertenecemos.
tu predilección por las alturas se refleja en el calzado, tu gusto por la poesía y tu altura de miras.