Uno de los signos inequívocos de mi inexorable devenir hacia la madurez, es el hecho de que al fin he sucumbido a los encantos de la radio (o sus equivalentes modernos, los podcasts). Mi madre tenía esa costumbre de levantarse pronto los fines de semana y sintonizar la radio. Se ponía un café con leche, encendía un pitillo y deambulaba por la casa como si fuese un cisne. Decía que la radio le acompañaba. A mí, que nada me incomoda más que una voz taladrándome la cabeza, ahora también siento que me acompaña.
Sin darme cuenta, los domingos se han convertido en mi día predilecto de la semana. Un día que no perdono y dedico en exclusiva a poner orden en mi vida: coser botones, dar lustre a mis zapatos, planchar, hacer la colada u ordenar armarios entre otras labores de intendencia igualmente imprescindibles que alterno con algo de chapa y pintura. No entraré a detallar dicha rutina por no escandalizar a los más intelectuales. Sólo diré, que no se pisa igual de fuerte sin parar en boxes.
Los primeros domingos en Madrid, acostumbré a pasarlos con la voz de Javier Aznar en el Hotel Jorge Juan. No todas las entrevistas consiguieron engancharme, ni mucho menos marcarme, pero recuerdo haber disfrutado especialmente de la conversación que mantuvo con el periodista Enric González. Tampoco sabría decir si siento admiración o envidia sana (si es que eso existe realmente) por esas personas que parecen nunca haber perdido el tiempo. No en el sentido estricto de la productividad, sino al contrario: por haber disfrutado intensamente de la vida sin saber muy bien a dónde iban, de haber viajado, leído y e incluso haberse aburrido de verdad. A raíz de esa entrevista, devoré sus Historias de Nueva York, de Londres y de Roma. Me contagié enseguida de su forma de viajar y de observar, tan alejada de las convencionales guías de viaje y llena de pequeñas anécdotas cotidianas propias de quien realmente conoce una ciudad porque la ha recorrido sin prisa. Por cierto, mientras escribo estas líneas, he descubierto una segunda entrevista que data del mes de noviembre y se titula Irse pronto de los sitios. Droga dura para el próximo domingo.
Durante otra etapa, también me cautivaron los inicios de Decir las cosas hasta que Alberto Moreno, director de Vanity Fair, empezó a excederse con los dry martinis y la cosa derivó un poco en reflexiones de manual escolar. Desconozco si le llamaron la atención o él mismo se hizo cargo del asunto y se pasó al earl grey. En cualquier caso, por ahora he pasado página.
Mi preferido entre todos los coloquios es el que ha montado Joan Tubau en Kapital. Él lo define como un podcast sobre psicología del dinero, pero de dinero es justamente de lo que menos se trata: se habla de cine, de literatura, de emprendimiento, de inteligencia artificial e incluso de maternidad. De la vida, vamos. Siempre en un tono amable y sincero, sin caer en lo políticamente correcto. Reviso algunos de mis capítulos favoritos como la primera incursión de Boro Más hablando de ganarse la vida o del poder de la narrativa y de Leonard Cohen, las confesiones de Luis Bassat, o temas tan espinosos como el capital erótico con Verónica Bello. También me gustó especialmente la reflexión de Javier Burón sobre el problema de la vivienda. Tengo algunas dudas y discrepancias a ese respecto que darán para otro escrito un domingo cualquiera, y no un martes.
Excepcionalmente, hoy me he dado permiso para quedarme “trabajando” en la cama. Como una inválida o una emperatriz, según se mire. La semana pasada ya fue bastante frenética, entre reuniones y ferias, incubando un catarro sin quejarme hasta que ayer tomó tintes más serios. Sólo hay una forma de atajarlo rápidamente y es esta. Y aún así, me siento un poco culpable. Es evidente, que no he entendido nada.
Me parecen unas recomendaciones muy interesantes. Muchas gracias por los enlaces.
Quién me iba a decir que mi alma gemela andaba en Substack! Gracias por las recomendaciones… voy a hacer listas de cosas a escuchar.