No hace falta dejar a un hombre para que te diga que nunca encontrarás a alguien como él. He recibido ese mismo veredicto de todos los hombres con los que he estado, sin excepción. Puede parecer la reacción propia de alguien que vislumbra un final certero, pero la mayoría de las veces me lo sueltan sin preámbulos, rebosantes de convicción y sacando pecho como si fuese yo misma quien les lanzara el cumplido. Nunca contesto. Me callo y no entro al trapo. Siento una mezcla entre ternura y rabia contra ellos. Si acaso alguna vez reuniré suficiente valor para decirle a aquel que se cree único e irremplazable que muchos otros antes que él han asegurado lo mismo. ¿Cuántos otros? Todos los que he querido.
Solo hay una edad a la que se puede tolerar un pensamiento tan ridículo y es entre los quince y los veinte. Si me apuras, veintidós a lo sumo, pero intolerable en hombres de cincuenta. Lo peor de todo es que compartían los mismos gustos, sin saberlo, por las cosas más mundanas: llevaban las mismas gafas de sol (las Persol de Steve McQueen, por supuesto), otros conducían el mismo coche, Blade Runner era su película favorita (nadie habrá visto El Diario de Noa tantas veces como yo Blade Runner) y todos tenían el mismo Rolex (el Submariner o el Explorer). Todavía más coincidencia fue aquella vez que estuve enamorada de dos hombres a la vez que usaban el mismo perfume. Prefiero no imaginar lo mal que les sentaría saber todo esto. Tampoco podré confesar que incluso yo he jugado a enviarles las mismas canciones, que han recibido de mí regalos idénticos, que les he comprado los mismos libros o que les he escrito prácticamente las mismas cartas a todos. ¿Qué puedo decir? Una no siempre tiene tiempo suficiente de encontrar nuevas formas de expresar el amor con la pasión que merece. A veces nos encontramos atrapados en la rutina de las mismas palabras y gestos, repitiendo patrones que parecen perder su chispa con el tiempo. Pero incluso en medio de esa repetición, el amor sigue latiendo.
Hay un fragmento de Primavera con una esquina rota de Mario Benedetti (adaptado para que suene menos latino) que todos han recibido en algún momento de nuestra historia de amor. Dice así:
¿Te das cuenta de que te extraño? Pese a mi capacidad de adaptación, que no es poca, ésta es una de las faltas a las que ni mi ánimo ni mi cuerpo se han acostumbrado. Al menos, hasta hoy. ¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Tú te habituarás?
La última vez que utilicé ese recurso fue con un hombre casado con el que tuve un tórrido romance, recién llegada a la capital. Venía a Madrid con frecuencia por trabajo y salíamos todas las noches a quemar la ciudad, desafiando el toque de queda. Deambulábamos ebrios por la Gran Vía tratando de encontrar mi primera casa, bebiendo tequila y bailando Baccara. Con él me aprendí de memoria todas las rancheras de José Alfredo y descubrí el tango más allá de Gardel. Era el más divertido, culto y elocuente de todos los hombres que he conocido jamás y con unas ganas de vivir infinitas. Un auténtico bon vivant. Pero siempre me recordaba que lo nuestro no podía durar para siempre y que algún día tendría que conocer a alguien de mi edad con quien formar una familia, porque él ya tenía una. Yo dejaba que me contara todo aquello, sin interrumpirle, mientras se juraba y perjuraba a sí mismo que aquella sería la última vez. Hasta que un día, me llevó a cenar al que desde entonces es (y siempre será) mi restaurante preferido en Madrid. Pidió un Alión, cosecha de 2019 (una añada más seca de lo normal) y para rematar la jugada, le pedí a traición un dry martini porque él, que es un gentleman de la abogacía, se jactaba de tener la misma resistencia al alcohol que el famoso James Bond (aunque yo sabía que bastaba una sola copa para tumbarle). Tenía la costumbre de apuntar cada día pequeñas notas, pensamientos, frases inconexas que solo él era capaz de descifrar en una libreta diminuta que llevaba consigo a todas partes, en el bolsillo interno de sus trajes. Me hice con ella, en contra de su voluntad, prometiéndole palabras amor eterno por las que jamás podría olvidar aquella noche. Pluma en mano, me dispuse a transcribir como si fueran mías las palabras de Mario que yo, y todas mis amigas, nos sabemos de memoria desde los quince años. Tenía razón y nunca olvidaría esa noche. ¿Cómo iba yo a imaginar que dos días después su mujer acabaría descubriéndola y pidiéndole el divorcio? Fue un giro inesperado, como un torbellino que desbarata la tranquilidad de un día soleado. Y nosotros, no volvimos a estar juntos. Pero nunca se fue del todo de mi vida, al igual que el resto de hombres a los que también he querido. En su último cumpleaños, le regalé una edición preciosa de Las mil y una noches que compré en Londres. Es su libro favorito y nunca se lo he regalado a nadie más. También se lo dediqué.
No me cansaré de repetir que sólo puedo entregarme a un hombre si estoy verdaderamente enamorada de él, y puedo afirmar que lo he estado de todos aquellos a quienes he besado. He escuchado las historias, los sueños y las aventuras de cada uno de ellos con una sincera e inmensa fascinación por sus vidas. Pero nunca he podido contarles las mías. Ningún hombre está preparado para descubrir que se ha enamorado de una mujer tan peligrosa como ellos. Y así seguirá siendo.
Tienes razon , es un pensamiento ridiculo, desconfio de afirmaciones tan categoricas, dime de lo que presumes y te dire de lo que carecs.
Normalmente esas frases denotan inseguridad, intentan proyectar una imagen impenetrable de autoconfianza engañosa, pura fachada.
Supongo que cuando puedas contarle a alguien tus historias, sueños y aventuras , sera una señal de que has encontrado a alguien especial.
A mi me ha dicho algun hombre rechazado que no tengo edad para perder el tiempo.. en fin! La estupidez humana no tiene limites!
Incondicional tuya.. me has fascinado!